Domingo 27 de Febrero

El Espíritu Santo es Dios. Por eso podemos dirigirnos a él con estas hermosas palabras de los Salmos: “Señor, qué precioso es tu amor. Por eso los humanos se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con tu hermosura y calman la sed en el torrente de tus delicias” (Sal 36,8-9). “Dios mío, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela como una tierra reseca y sedienta… Tu amor vale más que la vida, mis labios te adoran. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Y mi alma se empapará de delicias y te alabará mi boca con cantos jubilosos… Me lleno de alegría a la sombra de tus alas. Mi alma se aprieta contra ti, y tú me sostienes” (Sal 63,2-9). “Señor, en ti me cobijo, no dejes que me quede confundido. Recóbrame con tu amor, líbrame” (Sal 31,2). “Es bueno darte gracias, Señor, y cantar a tu nombre, anunciar tu amor por la mañana y tu fidelidad cada noche” (Sal 92,2-3).




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